LA NOCHE DEL NOVENARIO.

 LA NOCHE DEL NOVENARIO.

Alláaaa por los años cincuenta, en el vecindario de Los Potrerillos, don Pancho Zeledón estaba en el novenario de su amigo don Pedro Pineda que había muerto de un entripamiento.
Como había trabajado todo el dia sembrando frijoles, estaba cansado y decidió salir en silencio e irse a su casita antes de que finalizara una de las letanías. El camino de regreso a casa era largo, charcaloso y solo alumbrado por el tenue reflejo de la luna en cuarto menguante.
Los pocoyos ya se habían escondido a estas horas y solo las lechuzas vigilaban el camino.
Meramente en la pasadita de la quebrada ya lo habían asustado endenante, como el guaro es hombre, con un grito se había sacudido el miedo, pero en esta ocasión no repartieron cususa en el novenario. Lo único que quedaba era encomendarse al escapulario de la Virgen del Rosario y caminar rezando. Menos mal que para esos entonces las personas eran almas de dios y la delincuencia se limitaba a uno que otro robo de gallinas.
Ya en el camino, Zeledón notó que alguien lo seguía como a treinta pasos de distancia. Aligeró los pasos y quien lo seguía también. En menos de cuarenta minutos llegó a su casa y mas rápido que ligero abrió la puerta; antes de cerrarla, la luz de la luna le permitió ver el rostro de su perseguidor. Fue ahí cuando se dio cuenta que era el fantasma del amigo a quien habían enterrado hacía nueve días. Un repelo erizó su cuerpo al recordar que su abuelita decía que los difuntitos se molestaban si alguien salía de su novenario antes de que terminara.
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